Entrevista: "Los fines y los medios en el debate sobre la calidad de la educación", por Francisco Cabrera

"El problema de la calidad está en el modelo de sociedad en el que estamos inmersos y la dificultad de imaginar otros", afirma

Foto: tarea.org.pe

Por Francisco Cabrera Romero
Miembro del grupo de incidencia en política educativa del CEAAL


A propósito del artículo titulado La calidad de la educación, una disputa polisémica por sus sentidos, de Marco Raúl Mejía, y en el espíritu de debate sobre temas que convocan a miles de educadores en América Latina y el Caribe; convienen unas reflexiones provocadas por la lectura del artículo en referencia.

1. La insatisfacción por la calidad de la educación es una constante. El fracaso de las reformas educativas en términos pedagógicos es difícil de rebatir y así en todos los planos: grandes inversiones, altas expectativas, pocos efectos en aprendizajes, alta confrontación social y discursos agotados.

No hay otra lectura sensata. Los esfuerzos, muchos de ellos legítimos, han fracasado por distintas razones: inadecuadas lecturas de la realidad, dogmatismos político-ideológicos, cultura eficientista, resistencia a todo cambio que exija más esfuerzo y hasta apatía social.

2. Los medios son medios, pueden resignificarse para distintos fines. De los malos esfuerzos hay que intentar rescatar las ideas que puede llegar a ser certeras. Ni las competencias, ni la evaluación, ni los estándares, ni la calidad son el problema.

Pueden ser parte del problema si están encajadas en las lógicas de paradigmas que aseguran los sistemas vigentes. Y pueden también ser parte de otros paradigmas. El derecho a la educación es un estándar, no cumplido por cierto. Que todos los niños y niñas lleguen a la escuela con un desayuno o que lo encuentren en la escuela, puede ser un estándar. Que la escuela sea un lugar feliz; que las y los adultos tengan oportunidad de aprender a lo largo de la vida, que las y los jóvenes tengan acceso al arte, etc.

El problema de la calidad no es que exista en el imaginario de quienes hacen el día a día de los sistemas educativos. El problema está en el modelo de sociedad en el que estamos inmersos y la dificultad de imaginar otros. ¿Qué educación quiere la generalidad?, ¿qué calidad?, ¿en qué tipo de sociedad quieren vivir?

La clave está en resignificar. Y no ha de haber una sola definición para la calidad. Sí, claro que es polisémica.

3. La alternativa del Buen Vivir y la ilusión de ser lo que no siempre se es. Toda alternativa a las perspectivas hegemónicas es merecedora de estudio. El Buen vivir emerge como esa posibilidad abarcadora que alcanza la educación y puede inspirar y promover esquemas nuevos para pensar la educación, la escuela y todo lo que hay dentro.

No estoy seguro de la articulación fácil entre el Buen vivir y la educación popular. El sentido crítico (y autocrítico) obliga a pensar si todo lo que se nombra como Buen vivir es tal y si el Buen vivir es todo lo bueno que queremos que sea. No se trata de “consumir una idea” como aprendimos de Freire, si no de mantener una sana crítica que permita valorar las cosas por lo que son y no por lo que queremos que sean. Muchas lecciones ha dado la vida sobre esta diferencia.

Apostar por paradigmas alternativos es muy importante. Ayudar a construirlos también lo es. Cuestionarlos, problematizarlos y renovarlos. ¿Cabe la escuela en el Buen vivir?, ¿qué tipo de escuela es?